Multipliquemos las Iglesias

Por: Carlos Sokoluk

En Mt 25.147-30 encontramos una parábola muy conocida que en la Versión RVR 60, se denomina Parábola de los talentos.

Esta parábola solía ser un tema muy recurrente en las reuniones de jóvenes, en los campamentos y hasta en el IBRP. Aun en los cultos se cantaba un coro que decía: “Cuando venga el Señor y te pregunte por tu talento…” Personalmente este tema me resultaba muy perturbador y hasta fastidioso, porque nunca estuve muy convencido sobre cuál era mi talento y eso me complicaba la posibilidad de multiplicarlo.

Con las versiones modernas de la Biblia cambia el modo de ver la parábola. Notamos que hace alusión a un monto de dinero y no a la capacidad humana para el desempeño de algo. Aun visto así no es fácil la interpretación de la parábola y menos la aplicación. Es obvio que cada predicador se aferra a su manera de ver, pero de todos modos yo invito al lector a acompañarme en esta interpretación y su aplicación. 

En la versión RVC dice: “un hombre”, (que deducimos por cómo termina la parábola que alude al Señor Jesús) llama a sus siervos para entregarles un monto de dinero antes de irse de viaje, pero aclara que al regresar va a pedir cuenta sobre la administración. Encuentro una clara conexión entre esto y las palabras de los varones vestidos de blanco que en el monte de los Olivos van decir: “Este mismo Jesús, que ustedes han visto irse al cielo, vendrá de la misma manera que lo vieron desaparecer.»

Interpretamos que los siervos administradores somos los pastores de las  iglesias, porque Él les entregó sus bienes. Al decir “sus bienes” y no “algunos o parte de sus bienes” entendemos que se refiere a “la iglesia”, porque el único capital de esta tierra que al Señor le interesa es su iglesia, dado que es por lo único, que estuvo dispuesto a dar su vida, Ef. 5.25 “… Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”

Entonces podemos decir sin temor a equivocarnos que el Señor Jesucristo pone en manos de los pastores su bien más preciado, “la iglesia” y espera que las multipliquemos. Conviene aclarar que no se refiere al tamaño de la congregación, ya que le dio a cada uno “conforme a su capacidad” Lo que espera el Señor es que las multipliquemos, tanto el que recibió 5.000 monedas, como el que recibió 2.000 monedas lograron el mismo resultado: duplicar la cantidad de monedas.

Cuando el hombre vuelve “arregla cuentas con ellos”. A los dos primeros siervos les dice lo mismo “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor.” Esta frase me produce un entusiasmo único, porque si Dios dice “mucho”, es mucho más de lo que me puedo imaginar. Solo basta mirar para el cielo para descubrir que lo “mucho” de Dios no entra en la dimensión que nuestra mente pueda procesar.

Nos queda por resolver por qué ese siervo no multiplicó el capital que su Señor le confió. Encontramos en el relato dos respuestas: una en las palabras del Hombre y la otra en las del siervo. 

Cuando el siervo le explicó que conservó lo que había recibido, pero solo eso, porque no lo multiplicó, su Señor le respondió: “Siervo malo y negligente”. En otra versión dice holgazán, (nosotros diríamos “vago”). En el Reino de Dios no hay lugar para los vagos ni para los que les gusta postergar, Jesús quien dice:Hasta ahora mi Padre trabaja, y yo también trabajo”. ¿Y qué hace un holgazán?

La respuesta del siervo fue: “tuve miedo”. No dice de qué tuvo miedo, pero nosotros podemos ampliar la respuesta pensando cuáles son nuestros temores a la hora de multiplicar las iglesias.

Como nunca antes, en nuestra fraternidad disponemos de recursos y herramientas que facilitan la tarea de multiplicar la cantidad de iglesias. Solo nos queda superar lo que nos impide cumplir con la tarea que nos encargó el Señor de la iglesia. 

 

La importancia de la instrucción de los ministros en la palabra

Edgardo Muñoz

Décadas atrás cobró notoriedad la historia de una mujer que padecía intensos dolores en uno de sus hombros. Luego de recorrer infructuosamente innumerables consultorios, finalmente dio con un profesional que le prometía un alivio definitivo gracias a una práctica quirúrgica novedosa.

Con toda confianza se sometió al bisturí. Al despertar de la anestesia advirtió que el dolor había desaparecido, pero junto con este, la movilidad del brazo. Esperó algunas semanas, de acuerdo con las indicaciones del cirujano, para ir recuperando la parte motriz, pero no hubo mejora alguna.

No solamente el profesional se negaba a verla, sino que había desaparecido de la clínica en la que atendía.

La mujer, furiosa, optó por iniciar acciones legales por la mala praxis. Al momento de reunir la documentación se descubrió que el profesional, que a estas alturas estaba en fuga, no era médico. Simplemente hizo un año de medicina, algunos meses de veterinaria y unas pocas materias de enfermería. Su diploma era falso. No se trataba de un estafador… simplemente un desquiciado con sentimientos mesiánicos.

Disfrutamos de un país de abundantes libertades. Sin embargo, en la combinatoria de ellas, la libertad de culto permite que cualquier habitante de nuestro suelo pueda autodenominarse ministro religioso, pastor, líder espiritual o lo que prefiera. Este abanico de posibilidades incluye a los bienintencionados, los no tanto y a los mercaderes de la fe. De uno al otro extremo de estas variables las malas praxis dejan un tendal de damnificados, en algunos casos por ignorancia y en otros por malicia.

Las prácticas perniciosas de un ministro pueden darse en el plano ético-moral o bien en el doctrinal. Cada vez que se enseña lo que Dios no es, ni quiere, ni hace, se genera una falsa expectativa. A su vez, las falsas expectativas producen decepciones. Y un cristiano decepcionado en su fe se halla herido de muerte.

¿Cómo evitar estas consecuencias a las que Jesús llama tropiezo (skandalon = decepción en griego) a los pequeñitos?

La respuesta se halla en la educación teológica, y nuestra teología proviene de la revelación especial que es la Palabra de Dios.

¿Es legítimo capacitar a los siervos de Dios? ¿Acaso el llamado, la Biblia y el Espíritu Santo no son suficientes? ¿Serán los institutos bíblicos un mecanismo meramente humano e innecesario para la capacitación al servicio?

Efesios 4 presenta, por orden de aparición en la fundación de la iglesia, a los grandes protagonistas en el perfeccionamiento de los santos para la obra del ministerio. La instrucción y la enseñanza son la constante en las generaciones del cristianismo. Jesús delegó a sus seguidores la tarea de salir y hacer discípulos (o aprendices) en todas las naciones ENSEÑÁNDOLES todas las cosas que les había mandado. Pablo le encomendó a su discípulo Timoteo que lo aprendido de él fuese transmitido a hombres de fe para que sean idóneos o capacitados para enseñar a los siguientes.

Desde los inicios de la Palabra escrita de Dios, existió la capacitación ministerial. Inmediatamente que Israel salió de Egipto, y recibió las leyes, Dios instituyó el sistema de culto. Como era de esperar, este sistema incluía el sostenimiento económico por parte del pueblo. 

Dentro del sistema de culto, los oficiantes, pertenecían a toda una dinastía. 

Tal detalle no es menor, ya que, una de las razones del servicio dinástico corresponde a la acumulación de saberes a través de las generaciones. Los descendientes de la tribu de Leví pertenecían a tres sub-tribus o familias: Gersón, Coat y Merari. Cada una de estas tres familias tenía asignadas tareas muy específicas. Por ejemplo, los coatitas (descendientes de Coat) se encargaban del mobiliario sagrado del tabernáculo. Ellos trasladaban el arca del pacto, el candelabro, la mesa de los panes de la proposición y demás artículos del lugar santísimo. 

Moisés y Aarón descendían de Coat, pero de la descendencia de Aarón surgen los sacerdotes, quienes oficiaban los sacrificios y festividades. Los primogénitos de cada familia sacerdotal, en cambio, eran Sumos Sacerdotes. Con el correr de los años, la cantidad de Sumos Sacerdotes contemporáneos se multiplicaba, por lo que debían hacer un sorteo para determinar quién oficiaría el día de la Expiación cada año, entrando al Lugar Santísimo. Tal fue el caso de Zacarías, padre de Juan el Bautista. Este último, por su lado, había heredado el oficio de Sumo Sacerdote, dada su condición de primogénito.

En los tiempos veterotestamentarios, la calidad de nómade que Israel había adquirido durante el Éxodo, requería que la educación fuese responsabilidad familiar, tanto respecto a la Ley como a la capacitación para el servicio en el caso de los levitas y sacerdotes. Los hijos aprendían de sus padres cómo detectar la lepra (o viruela probablemente) y la convalecencia para reintegrarse a la sociedad. También eran enseñados acerca de cómo oficiar los sacrificios o cómo instruir acerca de la ley. La familia levítica era una verdadera universidad ambulante de ministros.

La instrucción en la Palabra de Dios no fue privativa de esta tribu. Una vez que Israel se estableció en la tierra, se hallaba la escuela de los profetas, encargada de capacitar a los que predicarían la Palabra en el pueblo. Asimismo, continuaba en vigencia el mandato de Deuteronomio 6.4-9, de tal manera que cada israelita estuviese en condiciones de reconocer en Jesús al Mesías. Cada descendiente de Abraham tenía el acceso a la Ley (Dt. 30.11-14).

Jesús pasó alrededor de tres años con sus discípulos, a fin de prepararlos para la tarea de establecer su iglesia. El título que les dio (apóstoles) respondía a la jerarquía propia de quienes habían transitado un período de instrucción especial. Mucha gente seguía a Jesús, pero sólo a sus discípulos llevaba por todos lados y sólo a ellos revelaba el sentido de las parábolas. Muchos apodaban al Señor con el título “Rabí” que se empleaba para los que instruían en la ley.

Cuando Jesús resucitó, debió explicar a los perplejos apóstoles el sentido de todo lo acontecido, exponiéndoles las Escrituras desde Moisés hasta los Salmos. Lo hizo con quienes debían guiar al pueblo. Los escribas de la época del Señor no eran “amateurs” de las Escrituras, sino que recibían una formación especial y exclusiva.

El apóstol Pablo, instruido a los pies de Gamaliel, pudo armonizar el plan de salvación gracias a la educación especializada que recibió. Pero no permitió que este don muriese con él. Se encargó de preparar discípulos que continuaran con la tarea. Lo hizo con Marcos, con Timoteo y con Lucas, entre otros.

Policarpo, padre de la iglesia, a su vez fue discipulado por Juan y aprendía a sus pies.

Sin dudas, los líderes de la iglesia, sea cual fuere su cargo o función, requieren una preparación especial y específica para llegar a ser idóneos y no neófitos. Sería maravilloso contar con pastores que tengan a su lado jóvenes dispuestos a seguir sus pasos, acompañándolos por años en la labor ministerial. Pero el estilo de vida actual, y la demanda de más personas que se rinden a Cristo, requieren que en un mínimo plazo, y de la forma más integral se capacite a los llamados con la Palabra de Dios. Ellos necesitan aprender a interpretar las Escrituras adecuadamente, necesitan saber predicarlas y enseñarlas. Los futuros ministros deben saber cómo guiar a un rebaño, deben pulir su ser interior y sus formas también.

La única manera de enfrentar lo que viene, las multitudes y la necesidad de más obreros para que haya más iglesias, es por medio de las instituciones que educan y capacitan a los obreros. 

La mujer que perdió la motricidad de su brazo, disminuyó su calidad de vida por un inepto. Evitemos que las multitudes pierdan su eternidad por ministros faltos de la debida instrucción en la Palabra de Dios. Evitemos las falsas expectativas que surgen de las malas enseñanzas. Tracemos bien la Palabra de Verdad. Enseñemos y exhortemos con las Escrituras. Apoyemos a las instituciones educativas de teología y confiemos los obreros que salen de nuestro regazo a ellas. Amemos la Palabra y dignifiquémosla dándole el lugar que corresponde entre los llamados a servir y liderar la obra de Dios.

Ejerciendo la Misericordia: El Acompañamiento Pastoral como Camino de Restauración y Esperanza

Por Claudio Ghiringhelli

En tiempos de profundo sufrimiento emocional, fragmentación social y soledad espiritual, el acompañamiento pastoral se presenta como una respuesta profundamente cristiana y humana. Más que una técnica, es una vocación. Más que una conversación, es un encuentro. Acompañar a otros desde la fe es, en esencia, un acto de misericordia: escuchar, comprender, caminar al lado y reflejar la luz de Dios en medio de la oscuridad.

El acompañamiento pastoral consiste en establecer una relación de ayuda guiada por el Espíritu Santo, en el contexto comunitario de la iglesia. Esta relación tiene como propósito acompañar al otro en su proceso de comprensión personal, ayudándole a escuchar su mundo interior, identificar su contexto y encontrar en las Escrituras una guía real para la transformación.

No se trata de dar soluciones prefabricadas, sino de facilitar espacios donde la persona pueda reencontrarse con su verdad y abrirse al obrar del Espíritu. El acompañante es un instrumento y no el centro del proceso.

El ejercicio del acompañamiento pastoral está sustentado en principios teológicos claros que le dan profundidad y legitimidad:

  • La Palabra de Dios como fuente de verdad y cambio, no como una herramienta para juzgar, sino como guía viva y eficaz.
  • La compasión, que reconoce que todos somos heridos ayudando a otros heridos. Nadie acompaña desde la perfección, sino desde la humildad de saberse también necesitado.
  • La libertad de elegir, acogiendo al otro incondicionalmente, aun cuando sus decisiones no coincidan con nuestras expectativas.
  • La confianza en el poder transformador de Dios, entendiendo que el cambio genuino no se impone, sino que nace cuando el corazón se abre a la gracia.

Establecer una relación de ayuda implica crear un vínculo con un propósito definido: ayudar sin invadir. Esta relación no debe construirse desde el ego del acompañante (“la gente me necesita”), ni desde una postura de poder. Toda información compartida es confidencial y debe manejarse con profunda responsabilidad.

El acompañamiento no se define por la jerarquía, sino por el rol: uno escucha, el otro se expresa; uno acompaña, el otro camina. Ambos están en proceso y el Espíritu Santo es el verdadero guía del encuentro.

En este sentido, se hace necesario un equilibrio entre verdad y misericordia:

  • Solo verdad: puede llevar al juicio y a la desesperanza.
  • Solo misericordia: puede terminar en sobreprotección y falta de crecimiento.
  • Verdad y misericordia juntas: abren puertas al arrepentimiento, a la esperanza y al cambio.

El ministerio de Jesús está lleno de encuentros personales transformadores. Jesús ayudaba a las personas a ver su condición interior y la realidad de su vida. Invitaba al cambio sin imponerlo, usaba preguntas más que respuestas, y daba valor a cada historia personal.

Desde esta perspectiva, el acompañamiento es un espacio donde el otro puede:

  • Exteriorizar sentimientos y creencias.
  • Reflexionar sobre el sentido de lo que vive.
  • Sentirse escuchado y valorado.
  • Redescubrir el poder de decidir sobre su propia vida.

El acompañante actúa como un espejo empático, que ayuda a que el otro se escuche a sí mismo. Su rol no es ser protagonista, sino facilitar un proceso. El objetivo final del acompañamiento es que la persona pueda tomar decisiones de cambio. No se busca controlar la vida del otro, sino que descubra sus propias posibilidades, guiado por la Palabra de Dios.

Las decisiones deben nacer desde:

  • Un encuentro con las Escrituras, no desde su literalidad, sino desde el espíritu de la enseñanza.
  • Un cambio profundo en valores, actitudes y sentido de vida, no solo en la conducta externa.
  • Una contextualización sabia del mensaje bíblico a la situación concreta de cada persona.

El acompañante muestra caminos, pero nunca decide por el otro. Incluso si la elección es equivocada, la libertad debe ser respetada como parte del crecimiento personal.

Acompañar requiere más que buena voluntad. Implica formación, madurez emocional y autoconocimiento. El acompañante debe:

  • Haber generado un compromiso previo con las personas, desde relaciones reales y significativas.
  • Cultivar una formación continua, tanto bíblica como emocional y pastoral.
  • Evitar ejercer poder o actuar por necesidad narcisista de sentirse importante.
  • Aceptar que el acompañamiento pastoral tiene efectos terapéuticos, y debe ser ejercido con responsabilidad.

El acompañante necesita desarrollar herramientas prácticas que potencien su rol. Entre ellas:

  • Escucha activa: mirada atenta, expresión de interés, silencio respetuoso.
  • Intervenciones verbales congruentes con lo que expresa la persona.
  • Síntesis y recapitulación para ayudar a ordenar pensamientos.
  • Clarificación de mensajes vagos o ambiguos.
  • Reflejo emocional: devolver el contenido principal con énfasis en la emoción.
  • Preguntas abiertas que promuevan reflexión profunda.
  • Reformulación de problemas desde un nuevo marco de comprensión.
  • Neutralidad respetuosa, sin imponer consejos ni soluciones.
  • Propuesta de tareas acordadas con un propósito claro.
  • Información útil para corregir errores o mitos, y ampliar alternativas

El acompañante también debe cuidar su salud emocional. El autocuidado no es egoísmo, es responsabilidad. Conocerse, reconocer límites, pedir ayuda y sostener rutinas sanas es parte de una práctica pastoral madura.

Además, debe saber cuándo derivar a un profesional, especialmente si el problema excede su experiencia o se ve afectado emocionalmente. Acompañar también es saber cuándo hacerse a un lado por el bien del otro.

El acompañamiento pastoral es, en última instancia, un acto de fe, amor y humildad. No busca resolver la vida de los demás, sino ayudarles a encontrar su camino con Dios. Para ello, es esencial:

  • Conocernos lo suficiente para que nuestros motivos no interfieran.
  • Estar emocionalmente presentes, sin juzgar ni dirigir.
  • Ser claros y breves, permitiendo que la persona hable más que nosotros.
  • Cooperar con el Espíritu Santo, que es quien verdaderamente transforma.

El lugar del acompañante es silencioso, escondido, casi anónimo, como lo fue muchas veces el ministerio de Jesús. Pero en esa aparente invisibilidad, puede brotar la gracia, el consuelo, y el milagro del cambio.

 

¿Cómo logramos una Familia Saludable?

POR: Sixtos Porra

Todos anhelamos tener una familia saludable, pero también todos tenemos nuestra propia historia, una historia que se ha construido de acuerdo a nuestra crianza y a la socialización que hemos recibido. Y así como hemos construido nuestra propia historia con los elementos que nos dieron, así la construirán nuestros hijos e hijas con aquello que, como padres, les demos. ¿Puedo darles a mis hijos e hijas algo mejor de lo que me dieron a mí? ¡Pues claro que sí! Así como todos anhelamos tener una familia saludable, todos tenemos la capacidad para hacerlo, todos podemos levantarnos y construir una mejor historia: la nuestra.  

¿Cómo lo logramos? 

  1. Ayude a pasar los aspectos buenos de la herencia 

Todos tenemos antecedentes distintos y complejos, en donde hay cosas malas y buenas; sin embargo, todos podemos heredarles a nuestros hijos algo mejor de lo que nosotros mismos hemos vivido.  

Preparemos una herencia que llene la mente de nuestros hijos con buenos recuerdos de los tiempos que pasamos juntos. Un legado positivo fuerte es el principal impulso para que la nueva generación tenga la fuerza necesaria para construir su propia historia. Les recordará que los abuelos y los padres lo lograron y cómo lo lograron.  

  1. Ayude a romper el ciclo de dolor dejándolo atrás

Para construir recuerdos saludables en la nueva generación, debemos reparar el asiento emocional en nuestras propias vidas. ¿Cómo lo hacemos? Reconociendo el dolor y redirigiéndolo en otra dirección. Sanar las heridas y restaurar recuerdos renueva las fuerzas. Veamos los puntos fuertes y nutrámoslos, hablemos de nuestras virtudes, desarrollemos dones y aprovechemos las oportunidades. Esto compensa los momentos de dolor que vivimos en el pasado.    

Al tomar la actitud correcta y al hacer prevalecer la verdad, la sanidad vendrá; toma tiempo, pero vendrá. Si lo logramos, nos será más fácil construir buenos recuerdos en los más pequeños. Solo recuerde una cosa: hemos sido llamados a vivir en paz con Dios, con nosotros mismos y con los demás. 

  1. Suelte lo que no podemos solucionar 

Lo que no podemos solucionar y depende de los demás escapa de nuestras manos, de nuestra potestad, y no debe ser un motivo de preocupación. Lo único que podemos hacer es lo que depende de nosotros, lo que está en nuestras posibilidades, pero no podemos angustiarnos o culparnos porque no logramos restablecer una relación lastimada. Se requiere humildad y valentía para pedir perdón o sugerir restablecer una relación lastimada, pero no podemos imponerla. Tiene que ser valiente para soltarla y vivir con eso. 

  1. Ayude a planear la nueva ruta a seguir 

Un día partiremos de esta tierra y lo único que dejaremos es lo que hemos grabado en la mente y en las emociones de nuestros niños y jóvenes, quienes lo transmitirán a los que vienen después de ellos. La meta es transformar vivencias negativas en positivas. Es reconstruir con el fin de dejar una buena herencia en lugar de un mal recuerdo.  

Todos tenemos que atesorar el legado dejado por otras personas en nuestras vidas y debemos detenernos para agradecer lo que nos han transmitido como herencia. No estaríamos aquí si ellos no existieran, y el presente adquiere sentido en el tanto apreciamos el camino recorrido por nuestros antecesores. Nuestra vida se levanta sobre la construcción de otros y, ahora, nos toca ver el presente como una oportunidad para hacer lo mismo por la generación que está por venir y facilitar la ruta para que los nuestros alcancen sus propios sueños y metas.

Si este artículo ha aportado a su vida, le invito a compartirlo con otros. 

Recueprado de: https://www.enfoquealafamilia.com/matrimonio/exito-matrimonial/como-logramos-una-familia-saludable/

Peleemos la Buena Batalla

Por: Osvaldo Carnival

Queridos ministros,

Vivimos tiempos donde, al conversar con personas dentro y fuera de nuestras congregaciones, escuchamos con frecuencia la expresión: «Estoy en la lucha». La vida cristiana ciertamente implica luchas, pero no toda batalla es digna de ser peleada. Por eso, hoy más que nunca, debemos recordar el consejo del apóstol Pablo a su hijo espiritual:

“Pelea la buena batalla de la fe” (1 Timoteo 6:12).

Pablo le habla a Timoteo, un joven en la ciudad de Éfeso Su entorno estaba lleno de idolatría, confusión doctrinal y presiones culturales. Allí, en ese campo de batalla, Pablo lo anima a no retroceder… sino a avanzar.

Y ese es también nuestro llamado hoy: pelear la buena batalla. No se trata de discusiones sin fruto, ni de guerras personales que nos roban la paz, sino de una lucha santa: la batalla por la fe, por la verdad, por la expansión del Reino de Dios.

Más Iglesias es parte de esta batalla

Hoy, en Argentina, también enfrentamos contextos hostiles: indiferencia espiritual, familias quebradas, jóvenes confundidos, doctrinas erradas, necesidades sociales y profundas heridas. Y frente a todo esto, no podemos quedarnos de brazos cruzados.
Plantar iglesias es pelear la buena batalla.
Más Iglesias significa más luz, más esperanza, más oportunidades para que Cristo transforme vidas.

¿Cómo peleamos esta buena batalla?

1. Cuidando nuestra fe

Pablo exhorta a cuidar y alimentar la fe, que es el fundamento de todo ministerio. Como una semilla, la fe necesita tierra, y esa tierra muchas veces es la prueba. Si estás atravesando dificultades, no entierres tu fe, sembrala. Esa fe dará fruto en abundancia.

2. Resistiendo la tentación

La buena batalla también es contra el pecado, la deshonestidad, la doble vida. Somos llamados a ser íntegros, aunque nadie nos vea.

“Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.” (Santiago 4:7)

La perseverancia en santidad es clave para sostener el llamado. Ministros firmes forman iglesias firmes.

3. Dando testimonio

Pablo sabía que su lucha no era solo doctrinal, era una lucha por el testimonio del Evangelio. Timoteo debía predicar, aunque el ambiente fuera adverso.

“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder…” (2 Timoteo 1:7)

Más Iglesias significa más testigos.
Cada ministro, cada líder, cada creyente, es llamado a ser un testimonio viviente del amor de Jesús.

Renovar la confianza

Por: Mili Pedrozo

Siempre que comparto algo me gusta dar significados, para que podamos entender bien hacia dónde nos dirigimos al leernos y/o escucharnos, por eso les comparto el significado de la palabra “Crisis”

Según la Biblia la palabra Crisis puede ser interpretada como un punto de inflexión, un momento de dificultad o prueba que desafía la fe y la confianza en Dios, pero que también puede llevar a un crecimiento espiritual y a una mayor dependencia de Él.

Crisis también la interpretamos como una oportunidad, de conocer a nuestro Padre Dios de una forma diferente a la que lo conocemos. Cuando junto a mi familia enfrentamos la crisis de la guerra en Congo y luego en Chad, no estábamos preparados, muchos miedos se apoderaron de mi corazón. Nuestros hijos eran aún pequeños, escuchar las bombas y todos los ruidos de la guerra, fue aterrador.

Aún el silencio de la gente, la incertidumbre constante, la falta de respuestas y de seguridad eran abrumadoras.

El miedo más grande como mamá fue ver a mis hijos llenos de preguntas a las que no podíamos responder, verlos esconderse debajo de la mesa por algún ruido extraño, la tristeza que tenían al despedirse de amigos y gente que no volvieron a ver más.  Hubo muchas preguntas en mi corazón, también mucho clamor. Cuando enfrentamos crisis tenemos también la oportunidad de elegir, de aprender a confiar, de soltar y dejar de controlar permitiendo el fluir de Dios en nosotros.

No había NADA que nosotros podíamos hacer, ninguna idea o estrategia que pudiéramos realizar, solo renovar la confianza en Aquel que nos llamó y que más allá de lo que nosotros pudiéramos hacer, entendimos que su voluntad es agradable y perfecta. En Hechos 27:15 nos cuenta cuando Pablo enfrento “La tempestad en el mar” se dejaron llevar, soltaron todo control, para no morir, pero Pablo confiaba firmemente que Dios los llevaría a destino.

Aprovechemos las crisis para que Dios siga transformando nuestro interior, conociéndole aún más, enfrentando los vientos, siendo constantes, re-orientándonos a la voz de Dios. Escuchando la Palabra y permitiendo la transformación para que Jesús siga formándose en nosotros.

El Señor soplará vientos favorables para que alcancemos el propósito eterno al que Él nos ha llamado.

Estudiar la Biblia como Matrimonio. 

Por: Gary Thomas

Cuando leen y estudian la Biblia en pareja, fortalecen su intimidad espiritual y desarrollan un sentido de unidad. 

Si usted observa mi Biblia antigua (Mi esposa, Lisa, la restauró muchos años atrás para uno de mis cumpleaños), verá que el índice tiene varias fechas escritas junto a varios libros de la Biblia. Estudiar la Biblia en pareja es una práctica que hemos seguido durante años, y esas fechas indican el día que Lisa y yo terminamos de leer ese libro juntos. 

Satisfacción Matrimonial

Estudiar la Biblia en pareja es una de las prácticas de intimidad espiritual que puede tener un gran impacto en el sentido de unidad de las parejas casadas. Trabajé en un libro con el Dr. Steve y Rebecca Wilke, y escribimos “Luego de décadas trabajando con parejas, podemos con seguridad decir que la satisfacción marital está directamente vinculada a la intimidad espiritual, tanto con el Señor como entre sí.

Cuando las personas están satisfechas con Dios y el plan para sus vidas, disfrutan todo lo que Él les ha dado. Las personas que están rendidas al Señor están también más dispuestas a entregarse a los demás, entendiendo que servir a su esposo o esposa es verdaderamente un acto de adoración a Dios”. 

Muchos libros y artículos sobre matrimonio hablan acerca de la importancia de la comunicación, mantener nuestra intimidad sexual viva y fresca, jugar y reír juntos, y otros aspectos, pero la lectura de la Biblia supera a todas en importancia. Piénselo como: “Escuchar a Dios juntos”, porque la lectura de la Biblia es absolutamente la mejor manera de escuchar a Dios, ya sea de forma individual o en pareja.

Lo que la Biblia dice, lo dice Dios, y es asombroso cuán oportuna puede ser la palabra de Dios incluso cuando la leemos con un calendario. Su Santo Espíritu tiene una manera de ordenar la vida para que leamos justo el pasaje que necesitamos en el momento correcto. 

Iniciadores de conversación 

Si están planeando una salida o un viaje largo y se preguntan: “¿Y si no tenemos nada de qué hablar?”, consideren estudiar la Biblia en pareja como una de las mejores formas de iniciar conversaciones. No es difícil: ¡elijan un libro y lean!  Lisa y yo nos turnamos entre ocho y doce versículos dependiendo de la longitud de la sección. Pueden pausar para hablar acerca de lo que acaba de leer, o si no tienen algo que decir solo continúen leyendo. 

Si estoy manejando, Lisa puede leer todo el texto mientras yo escucho. A veces, el pasaje será especialmente significativo para uno de los dos; otras veces, para los dos. Lo que me encanta de estudiar la Biblia en pareja es que abre la puerta para que Dios establezca la agenda de lo que hablamos, pensamos y oramos.  

Si siente que alguno de ustedes carece de conocimientos básicos de la Biblia, podría intentar un enfoque adicional. Lisa y yo somos grandes admiradores de los devocionales «For the Love of God» de D.A. Carson.  El Dr. Carson ofrece varias lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento y luego un breve comentario sobre uno de esos pasajes. Es un erudito brillante que da vida a los pasajes con el contexto histórico y hace que las Escrituras sean relevantes para nuestro presente.

Podrían leer juntos los textos bíblicos asignados y luego el comentario. Esto puede ser un ejercicio más largo, pero esto no se trata de correr. Si les toma dos o tres años trabajar en uno de los volúmenes, para cuando terminen con ambos libros, quizás el Dr. Carson haya publicado otro. 

Consejos útiles 

No se frustren pensando que algo va mal si no tienen tiempo para leer la Biblia juntos todos los días. Si pasan de nunca leer juntos la Palabra de Dios a leerla solo una o dos veces a la semana, eso ya es un gran avance.  A lo largo de nuestros 30 años de matrimonio, Lisa y yo también hemos enfrentado temporadas con altibajos en esta práctica. 

Si está casado con un cónyuge algo reacio, propóngalo de forma accesible: «Mira, te pido 20 minutos una o dos veces a la semana, e incluso haré la lectura». Agregue algo que le guste: «Haré el café/haré las galletas/te frotaré los pies…». 

Considere comenzar con un libro más corto de la Biblia, como 1 Juan. Terminar algo juntos es motivador, y escribir la fecha en la Biblia cuando concluyan un libro (como lo hicimos Lisa y yo) les dará un sentido de logro. Luego pueden pasar a un Evangelio o a algo que tome un poco más de tiempo. 

Recuerde que esto no es un concurso, y lo último que debería hacer es convertirlo en una competencia para ver quién entiende mejor el pasaje. Ambos leen la Palabra de Dios para aprender, no para presumir, y mucho menos para juzgar los conocimientos bíblicos de su cónyuge. Se trata de construir intimidad espiritual, así que, si alguno hace sentir al otro menos, lo más probable es que esa persona no quiera volver a intentarlo. 

Recuperado de: https://www.enfoquealafamilia.com/matrimonio/estudiar-la-biblia-como-matrimonio/