La importancia de la instrucción de los ministros en la palabra

Edgardo Muñoz

Décadas atrás cobró notoriedad la historia de una mujer que padecía intensos dolores en uno de sus hombros. Luego de recorrer infructuosamente innumerables consultorios, finalmente dio con un profesional que le prometía un alivio definitivo gracias a una práctica quirúrgica novedosa.

Con toda confianza se sometió al bisturí. Al despertar de la anestesia advirtió que el dolor había desaparecido, pero junto con este, la movilidad del brazo. Esperó algunas semanas, de acuerdo con las indicaciones del cirujano, para ir recuperando la parte motriz, pero no hubo mejora alguna.

No solamente el profesional se negaba a verla, sino que había desaparecido de la clínica en la que atendía.

La mujer, furiosa, optó por iniciar acciones legales por la mala praxis. Al momento de reunir la documentación se descubrió que el profesional, que a estas alturas estaba en fuga, no era médico. Simplemente hizo un año de medicina, algunos meses de veterinaria y unas pocas materias de enfermería. Su diploma era falso. No se trataba de un estafador… simplemente un desquiciado con sentimientos mesiánicos.

Disfrutamos de un país de abundantes libertades. Sin embargo, en la combinatoria de ellas, la libertad de culto permite que cualquier habitante de nuestro suelo pueda autodenominarse ministro religioso, pastor, líder espiritual o lo que prefiera. Este abanico de posibilidades incluye a los bienintencionados, los no tanto y a los mercaderes de la fe. De uno al otro extremo de estas variables las malas praxis dejan un tendal de damnificados, en algunos casos por ignorancia y en otros por malicia.

Las prácticas perniciosas de un ministro pueden darse en el plano ético-moral o bien en el doctrinal. Cada vez que se enseña lo que Dios no es, ni quiere, ni hace, se genera una falsa expectativa. A su vez, las falsas expectativas producen decepciones. Y un cristiano decepcionado en su fe se halla herido de muerte.

¿Cómo evitar estas consecuencias a las que Jesús llama tropiezo (skandalon = decepción en griego) a los pequeñitos?

La respuesta se halla en la educación teológica, y nuestra teología proviene de la revelación especial que es la Palabra de Dios.

¿Es legítimo capacitar a los siervos de Dios? ¿Acaso el llamado, la Biblia y el Espíritu Santo no son suficientes? ¿Serán los institutos bíblicos un mecanismo meramente humano e innecesario para la capacitación al servicio?

Efesios 4 presenta, por orden de aparición en la fundación de la iglesia, a los grandes protagonistas en el perfeccionamiento de los santos para la obra del ministerio. La instrucción y la enseñanza son la constante en las generaciones del cristianismo. Jesús delegó a sus seguidores la tarea de salir y hacer discípulos (o aprendices) en todas las naciones ENSEÑÁNDOLES todas las cosas que les había mandado. Pablo le encomendó a su discípulo Timoteo que lo aprendido de él fuese transmitido a hombres de fe para que sean idóneos o capacitados para enseñar a los siguientes.

Desde los inicios de la Palabra escrita de Dios, existió la capacitación ministerial. Inmediatamente que Israel salió de Egipto, y recibió las leyes, Dios instituyó el sistema de culto. Como era de esperar, este sistema incluía el sostenimiento económico por parte del pueblo. 

Dentro del sistema de culto, los oficiantes, pertenecían a toda una dinastía. 

Tal detalle no es menor, ya que, una de las razones del servicio dinástico corresponde a la acumulación de saberes a través de las generaciones. Los descendientes de la tribu de Leví pertenecían a tres sub-tribus o familias: Gersón, Coat y Merari. Cada una de estas tres familias tenía asignadas tareas muy específicas. Por ejemplo, los coatitas (descendientes de Coat) se encargaban del mobiliario sagrado del tabernáculo. Ellos trasladaban el arca del pacto, el candelabro, la mesa de los panes de la proposición y demás artículos del lugar santísimo. 

Moisés y Aarón descendían de Coat, pero de la descendencia de Aarón surgen los sacerdotes, quienes oficiaban los sacrificios y festividades. Los primogénitos de cada familia sacerdotal, en cambio, eran Sumos Sacerdotes. Con el correr de los años, la cantidad de Sumos Sacerdotes contemporáneos se multiplicaba, por lo que debían hacer un sorteo para determinar quién oficiaría el día de la Expiación cada año, entrando al Lugar Santísimo. Tal fue el caso de Zacarías, padre de Juan el Bautista. Este último, por su lado, había heredado el oficio de Sumo Sacerdote, dada su condición de primogénito.

En los tiempos veterotestamentarios, la calidad de nómade que Israel había adquirido durante el Éxodo, requería que la educación fuese responsabilidad familiar, tanto respecto a la Ley como a la capacitación para el servicio en el caso de los levitas y sacerdotes. Los hijos aprendían de sus padres cómo detectar la lepra (o viruela probablemente) y la convalecencia para reintegrarse a la sociedad. También eran enseñados acerca de cómo oficiar los sacrificios o cómo instruir acerca de la ley. La familia levítica era una verdadera universidad ambulante de ministros.

La instrucción en la Palabra de Dios no fue privativa de esta tribu. Una vez que Israel se estableció en la tierra, se hallaba la escuela de los profetas, encargada de capacitar a los que predicarían la Palabra en el pueblo. Asimismo, continuaba en vigencia el mandato de Deuteronomio 6.4-9, de tal manera que cada israelita estuviese en condiciones de reconocer en Jesús al Mesías. Cada descendiente de Abraham tenía el acceso a la Ley (Dt. 30.11-14).

Jesús pasó alrededor de tres años con sus discípulos, a fin de prepararlos para la tarea de establecer su iglesia. El título que les dio (apóstoles) respondía a la jerarquía propia de quienes habían transitado un período de instrucción especial. Mucha gente seguía a Jesús, pero sólo a sus discípulos llevaba por todos lados y sólo a ellos revelaba el sentido de las parábolas. Muchos apodaban al Señor con el título “Rabí” que se empleaba para los que instruían en la ley.

Cuando Jesús resucitó, debió explicar a los perplejos apóstoles el sentido de todo lo acontecido, exponiéndoles las Escrituras desde Moisés hasta los Salmos. Lo hizo con quienes debían guiar al pueblo. Los escribas de la época del Señor no eran “amateurs” de las Escrituras, sino que recibían una formación especial y exclusiva.

El apóstol Pablo, instruido a los pies de Gamaliel, pudo armonizar el plan de salvación gracias a la educación especializada que recibió. Pero no permitió que este don muriese con él. Se encargó de preparar discípulos que continuaran con la tarea. Lo hizo con Marcos, con Timoteo y con Lucas, entre otros.

Policarpo, padre de la iglesia, a su vez fue discipulado por Juan y aprendía a sus pies.

Sin dudas, los líderes de la iglesia, sea cual fuere su cargo o función, requieren una preparación especial y específica para llegar a ser idóneos y no neófitos. Sería maravilloso contar con pastores que tengan a su lado jóvenes dispuestos a seguir sus pasos, acompañándolos por años en la labor ministerial. Pero el estilo de vida actual, y la demanda de más personas que se rinden a Cristo, requieren que en un mínimo plazo, y de la forma más integral se capacite a los llamados con la Palabra de Dios. Ellos necesitan aprender a interpretar las Escrituras adecuadamente, necesitan saber predicarlas y enseñarlas. Los futuros ministros deben saber cómo guiar a un rebaño, deben pulir su ser interior y sus formas también.

La única manera de enfrentar lo que viene, las multitudes y la necesidad de más obreros para que haya más iglesias, es por medio de las instituciones que educan y capacitan a los obreros. 

La mujer que perdió la motricidad de su brazo, disminuyó su calidad de vida por un inepto. Evitemos que las multitudes pierdan su eternidad por ministros faltos de la debida instrucción en la Palabra de Dios. Evitemos las falsas expectativas que surgen de las malas enseñanzas. Tracemos bien la Palabra de Verdad. Enseñemos y exhortemos con las Escrituras. Apoyemos a las instituciones educativas de teología y confiemos los obreros que salen de nuestro regazo a ellas. Amemos la Palabra y dignifiquémosla dándole el lugar que corresponde entre los llamados a servir y liderar la obra de Dios.

¿Por qué la Palabra de Dios sigue siendo relevante?

Nuestro rol en medio de una sociedad perdida en la sobreinformación espiritual.

Por:Adriana Ocampo

La cotidianidad nos encuentra inmersos en una realidad distinta a la de hace unas décadas. Hoy día la gente que viene a nuestras congregaciones,  y aquellos a los cuales queremos alcanzar, están sobreinformados. Esto ha ocasionado que las personas se pierdan en la oscuridad de creer que pueden saberlo todo a un click de distancia, incluso el evangelio. 

Por otro lado, las redes sociales son caldo de cultivo para las falsas doctrinas y los pseudo predicadores de la Palabra de Dios. Es imperativo que nos preparemos para dar batalla. Estamos frente a un tiempo de gran “oscurantismo bíblico”. Hoy día hay gente que prefiere palabras de éxito o afirmación personal antes que escuchar el mensaje completo de la Palabra de Dios.

La sociedad actual va tras los influencers de turno. Vivimos una época en la que todo debe ser rápido, y de utilidad a nivel personal sobre todas las cosas. Se observa gran consumismo, hedonismo, antropocentrismo…y esto atraviesa la realidad de nuestras congregaciones semana a semana. 

Estamos frente a una época de “Evangelio a la carta”. La gente busca saciarse a sí misma sin dejarse pastorear. Las redes sociales son el espacio para deambular a gusto buscando un “mensaje que valga la pena” y sacie ya y ahora todas las demandas personales. 

¡Pero esta época es también una oportunidad! Porque es innegable la búsqueda de Dios que la humanidad sigue evidenciando. Por eso nuestro rol es tan necesario; la Palabra de Dios sigue siendo la respuesta. 

Hoy día es urgente una vuelta a lo fundamental. En medio de tanta sobreinformación, nuestras congregaciones tienen que ir desarrollándose sobre las verdades bíblicas y transformadoras de forma persistente e intencional. 

Ese es nuestro rol. Los que enseñamos y predicamos necesitamos leer, estudiar, vivir y transmitir de forma precisa los principios espirituales que la Palabra de Dios tiene para esta generación. 

Lo que el Apóstol Pablo le aconsejó a Timoteo, sigue vigente para nosotros hoy. En su segunda carta (en lo que conocemos como capítulos 3 y 4), Pablo primeramente define a los hombres “de los postreros tiempos”. Bien podría ser la definición de la sociedad actual (te invito a leer todo el capítulo 3). Luego, reconoce que Timoteo aprendió bien, “Pero tú  has seguido mi doctrina” (3:10). 

Y para concluir el apóstol alienta a Timoteo a cumplir con su rol en medio de la comunidad. Ese “pero tú” marca la posición de contraste que debía manifestar. Es también la tarea que tenemos por delante en medio de una generación apurada, sobreinformada, que se deja influenciar por las falsas doctrinas y los falsos maestros y predicadores. 

Veamos:

-Pero persiste tú en lo que has aprendido (3:14)

Necesitamos persistir como nunca en las verdades expresadas en la Palabra sin abandonar un ápice la doctrina de Cristo. Persistir sin negociar con el consumismo imperante. 

Persistir cada reunión predicando la verdad del evangelio que exhorta, edifica, alienta, confronta el pecado, sana el corazón y cambia el destino eterno.

Necesitamos persistir en medio de la inundación de falsas enseñanzas que la gente consume en la red. Con amor y misericordia verlas como necesitadas de Dios, en búsqueda espiritual. Veamoslas como Cristo lo haría (Mateo 9:36).

-Pero tú sé sobrio en todo…cumple tu ministerio 4: 1-5 

Somos modelos. En medio de esta generación en la que algunos “venden” un evangelio diferente (Gálatas 1:6) podemos y debemos mantenernos firmes como hijos de Dios en todo. Hay crisis de modelos (por la sobreinformación), esto puede ser una gran oportunidad… nuestras vidas fundamentadas en la Palabra como reflejo del amor de Dios para las personas.

Y necesitamos cumplir nuestro ministerio; tenemos una tarea por delante. Dar alimento sólido para que los que tienen “comezón de oír” (2 Timoteo 4:3) vayan a la cruz para ser transformados por la Palabra de Dios. 

Cumplir nuestro ministerio significa seguir predicando la Palabra que es como una espada que atraviesa hasta lo más profundo (Hebreos 4:12) sin medias tintas, sin alardes, sin adornos. Una palabra pura, sin licuar con artilugios que agraden a los oídos sino que atraviesen el corazón en amor.

Sí, la Palabra de Dios sigue siendo relevante para esta época. Las verdades bíblicas no tienen fecha de vencimiento y esta generación está hambrienta y sedienta. En medio de la sobreinformación espiritual, podemos levantarnos para predicar la verdad del evangelio sabiendo que la obra del Espíritu Santo hará el resto. Tenemos la respuesta, hagámosla oír.

La biblia… allá y entonces, aquí y ahora

De Javo Romero

El estudio de la Biblia es una de las experiencias más enriquecedoras y transformadoras de la vida. Nos lleva a conocer a Dios, a reencontrarnos con el sentido de nuestra existencia, y restaurar relación con nuestro próximo.

En la actualidad gozamos de múltiples programas de educación bíblica para todas las edades y con frutos evidentes. Pero, inicialmente y por mucho tiempo el acceso a las Sagradas Escrituras fue privilegio de unos pocos.

La historia de la iglesia da cuenta de relatos oscuros, en los que aquellos que la administraban profesaban un elitismo clerical, es decir, por un lado, sostenían un sistema en el que prevalecía un grupo de sanctus elegidos por sobre el pueblo y, por otro lado, intervenían en la sociedad en nombre de la religión pero con fines prioritariamente políticos y económicos. Entendían que “las cosas de Dios” no debían estar al alcance de todos y mediante su interpretación particular abusaron del poder conferido perjudicando a muchas generaciones.

Luego, gracias a las transformaciones sociopolíticas, al progreso con la invención de la imprenta y a la reforma protestante comenzó una etapa que poco a poco derivaría en una iglesia adyacente al modelo de Jesús: Dios en medio del pueblo, cercano al ser humano,  sin importar su status. La educación también avanzó y se hizo popular, facilitando que la Biblia sea leída en los hogares.

Adyacente no es sinónimo de igual, aún estamos en camino. También a los reformadores como Lutero, Zwinglio, Mélanchton y Calvino les costó en principio convivir con la idea de que la Biblia podía ser leída por todos.  Pero la puerta que abrieron posibilitó una fe sin (tanta) burocracia y hoy, siglos más tarde, podemos afirmar que la Biblia está al alcance de todos y de todas.

Ahora bien, lo “popular” en cuanto a la Biblia merece una reflexión.  Que se editen, impriman y vendan muchas Biblias, que se ofrezcan en múltiples idiomas y formatos,  que esté al alcance en términos “materiales”… ¿implica que la Palabra de Dios lo está?  Responder este interrogante requiere no solo de un análisis desde el balcón sino de un compromiso como iglesia, como pastores, como mayordomos de una verdad revelada que se vehiculiza a través de nuestra gestión ministerial.

Al observar (nos) en el amplio abanico de comunidades de fe que conformamos las iglesias cristianas protestantes, una cuestión nos convoca: el grave perjuicio que los fieles han sufrido y padecen aun hoy como consecuencia de una lectura despojada de recursos para el análisis hermenéutico  de la Biblia. Lectura que se refleja en la praxis ministerial, en la vida cotidiana y oficia de obstáculo en el cumplimiento de nuestra misión.

Aquella libertad que nos bendijo hace siglos está siendo resquebrajada desde adentro de nuestros movimientos. Fuimos libres de una verdad parcial contaminada por tradiciones humanas, coartada por un poder unilateral e incuestionable, que daba las espaldas al pueblo y ofrecía-escondía  al credo en un lenguaje ajeno.  Hoy en día esa independencia se ve afectada por quienes apoyados en “su” popularidad propagan enseñanzas que vuelven a  ubicar a los elegidos por sobre los feligreses, condicionando la vida en abundancia ganada en la Cruz. Lamentablemente, algunos creyentes –entrenados por el mercado- consumen estos artefactos ideológicos sin discernimiento y en la búsqueda de ese mismo “éxito” incorporan a sus vidas creencias ajenas al Reino de Dios.

Un colega me dijo hace unas semanas  “antes el pueblo estaba preso de un Papa infalible, hoy está preso de pequeños papas indoctos”. Cuando lo escuché hice silencio, me dolió y hasta me enojó un poco su expresión. Luego, meditándolo a solas, comprendí tristemente que algo de verdad contenía esa sentencia.

En un contexto posmoderno se habla de verdades parciales y coincido en que es irrefutable la riqueza que nos ofrece la manifestación de la multiforme gracia de Dios. Me considero un promotor de la diversidad del Cuerpo de Cristo. Pero a su vez sostengo que no es posible hablar de iglesia si se pierde de vista al único que se proclamó Verdad, Camino y Vida. Él es el único modelo terminado, su persona es nuestra luz en este mundo cambiante, es decir, Jesús es el límite de nuestra interpretación.

Desconocer la idiosincrasia de los libros bíblicos nos puede llevar a un abordaje incompleto de lo que el pasaje relata. Asimismo, cada lector se encuentra atravesado por varios factores que influyen en su manera de significar el texto; la cultura en la cual creció, su formación en la fe, las creencias y valores fruto de sus experiencias, sus referentes, etc.  Muchas veces padecemos de una jergafasia teológica, promoviendo principios  de la cultura judía o de nuestra cultura particular en lugar de predicar y enseñar los principios bíblicos con los que el texto nos confronta.

Las verdades bíblicas son contemporáneas a todas las generaciones y son universales, es decir, de aplicación en todas las épocas y a todas las culturas.

Al estudiar la Biblia podremos, por ejemplo, descubrir el principio de la salud e higiene en la normativa de apartar a la mujer menstruosa; preguntarnos si acaso el hecho de que las mujeres del templo pagano de Afrodita, en Corinto, se rapaban requería que en esa época las cristianas se diferencien con cabelleras largas; afirmar que el Espíritu Santo ya no desciende únicamente sobre los profetas como en el Antiguo Pacto, sino que habita cada creyente y este servicio se manifiesta en el ejercicio corporativo de los dones etc. Así, se amplía nuestra imagen de Dios, desligándolo de la literalidad con la que lo amarramos a postulados y tradiciones falaces.

La humildad ante la Biblia, ante un maestro, ante nuestras limitaciones, nos protege de la humana tendencia a adueñarnos de la verdad y nos mantiene a los pies del Maestro más allá de nuestros títulos, logros o trayectorias.

Miremos la historia para aprender de ella. Estimulemos a las nuevas generaciones a enamorarse de la Biblia, a dedicar tiempo de sus vidas para estudiarla en profundidad, a cuestionar los discursos y aferrarse a Su inmarcesible Palabra.

Aquí y ahora, la Biblia está al alcance. No desperdiciemos esta extraordinaria oportunidad.

Que la palabra de nuestro Señor corra y sea glorificada. II Tesalonicenses 3.1

 

LA BIBLIA… ALLÁ Y ENTONCES, AQUÍ Y AHORA

De Javo Romero

El estudio de la Biblia es una de las experiencias más enriquecedoras y transformadoras de la vida. Nos lleva a conocer a Dios, a reencontrarnos con el sentido de nuestra existencia, y restaurar relación con nuestro próximo.

En la actualidad gozamos de múltiples programas de educación bíblica para todas las edades y con frutos evidentes. Pero, inicialmente y por mucho tiempo el acceso a las Sagradas Escrituras fue privilegio de unos pocos.

La historia de la iglesia da cuenta de relatos oscuros, en los que aquellos que la administraban profesaban un elitismo clerical, es decir, por un lado, sostenían un sistema en el que prevalecía un grupo de sanctus elegidos por sobre el pueblo y, por otro lado, intervenían en la sociedad en nombre de la religión pero con fines prioritariamente políticos y económicos. Entendían que “las cosas de Dios” no debían estar al alcance de todos y mediante su interpretación particular abusaron del poder conferido perjudicando a muchas generaciones.

Luego, gracias a las transformaciones sociopolíticas, al progreso con la invención de la imprenta y a la reforma protestante comenzó una etapa que poco a poco derivaría en una iglesia adyacente al modelo de Jesús: Dios en medio del pueblo, cercano al ser humano,  sin importar su status. La educación también avanzó y se hizo popular, facilitando que la Biblia sea leída en los hogares.

Adyacente no es sinónimo de igual, aún estamos en camino. También a los reformadores como Lutero, Zwinglio, Mélanchton y Calvino les costó en principio convivir con la idea de que la Biblia podía ser leída por todos.  Pero la puerta que abrieron posibilitó una fe sin (tanta) burocracia y hoy, siglos más tarde, podemos afirmar que la Biblia está al alcance de todos y de todas.

Ahora bien, lo “popular” en cuanto a la Biblia merece una reflexión.  Que se editen, impriman y vendan muchas Biblias, que se ofrezcan en múltiples idiomas y formatos,  que esté al alcance en términos “materiales”… ¿implica que la Palabra de Dios lo está?  Responder este interrogante requiere no solo de un análisis desde el balcón sino de un compromiso como iglesia, como pastores, como mayordomos de una verdad revelada que se vehiculiza a través de nuestra gestión ministerial.

Al observar (nos) en el amplio abanico de comunidades de fe que conformamos las iglesias cristianas protestantes, una cuestión nos convoca: el grave perjuicio que los fieles han sufrido y padecen aun hoy como consecuencia de una lectura despojada de recursos para el análisis hermenéutico  de la Biblia. Lectura que se refleja en la praxis ministerial, en la vida cotidiana y oficia de obstáculo en el cumplimiento de nuestra misión.

Aquella libertad que nos bendijo hace siglos está siendo resquebrajada desde adentro de nuestros movimientos. Fuimos libres de una verdad parcial contaminada por tradiciones humanas, coartada por un poder unilateral e incuestionable, que daba las espaldas al pueblo y ofrecía-escondía  al credo en un lenguaje ajeno.  Hoy en día esa independencia se ve afectada por quienes apoyados en “su” popularidad propagan enseñanzas que vuelven a  ubicar a los elegidos por sobre los feligreses, condicionando la vida en abundancia ganada en la Cruz. Lamentablemente, algunos creyentes –entrenados por el mercado- consumen estos artefactos ideológicos sin discernimiento y en la búsqueda de ese mismo “éxito” incorporan a sus vidas creencias ajenas al Reino de Dios.

Un colega me dijo hace unas semanas  “antes el pueblo estaba preso de un Papa infalible, hoy está preso de pequeños papas indoctos”. Cuando lo escuché hice silencio, me dolió y hasta me enojó un poco su expresión. Luego, meditándolo a solas, comprendí tristemente que algo de verdad contenía esa sentencia.

En un contexto posmoderno se habla de verdades parciales y coincido en que es irrefutable la riqueza que nos ofrece la manifestación de la multiforme gracia de Dios. Me considero un promotor de la diversidad del Cuerpo de Cristo. Pero a su vez sostengo que no es posible hablar de iglesia si se pierde de vista al único que se proclamó Verdad, Camino y Vida. Él es el único modelo terminado, su persona es nuestra luz en este mundo cambiante, es decir, Jesús es el límite de nuestra interpretación.

Desconocer la idiosincrasia de los libros bíblicos nos puede llevar a un abordaje incompleto de lo que el pasaje relata. Asimismo, cada lector se encuentra atravesado por varios factores que influyen en su manera de significar el texto; la cultura en la cual creció, su formación en la fe, las creencias y valores fruto de sus experiencias, sus referentes, etc.  Muchas veces padecemos de una jergafasia teológica, promoviendo principios  de la cultura judía o de nuestra cultura particular en lugar de predicar y enseñar los principios bíblicos con los que el texto nos confronta.

Las verdades bíblicas son contemporáneas a todas las generaciones y son universales, es decir, de aplicación en todas las épocas y a todas las culturas.

Al estudiar la Biblia podremos, por ejemplo, descubrir el principio de la salud e higiene en la normativa de apartar a la mujer menstruosa; preguntarnos si acaso el hecho de que las mujeres del templo pagano de Afrodita, en Corinto, se rapaban requería que en esa época las cristianas se diferencien con cabelleras largas; afirmar que el Espíritu Santo ya no desciende únicamente sobre los profetas como en el Antiguo Pacto, sino que habita cada creyente y este servicio se manifiesta en el ejercicio corporativo de los dones etc. Así, se amplía nuestra imagen de Dios, desligándolo de la literalidad con la que lo amarramos a postulados y tradiciones falaces.

La humildad ante la Biblia, ante un maestro, ante nuestras limitaciones, nos protege de la humana tendencia a adueñarnos de la verdad y nos mantiene a los pies del Maestro más allá de nuestros títulos, logros o trayectorias.

Miremos la historia para aprender de ella. Estimulemos a las nuevas generaciones a enamorarse de la Biblia, a dedicar tiempo de sus vidas para estudiarla en profundidad, a cuestionar los discursos y aferrarse a Su inmarcesible Palabra.

Aquí y ahora, la Biblia está al alcance. No desperdiciemos esta extraordinaria oportunidad.

Que la palabra de nuestro Señor corra y sea glorificada. II Tesalonicenses 3.1

 

Desafíos que enfrenta un predicador y cómo superarlos – Claves 

Sandra Rea y Paez – Decana IBP 

Hechos 2:14 

El derramamiento del Espíritu Santo en pentecostés marcó un hito en la historia  de la iglesia, es la piedra fundamental sobre la cual ésta sería fundada. El estruendo y el  sonido de las voces proclamando las maravillas de Dios en distintas lenguas creó un  ambiente de asombro y atención, los que presenciaron este evento se sentían  desconcertados y necesitaban una explicación de lo que estaba sucediendo. 

Los predicadores de hoy enfrentan un desafío similar, la gente quiere explicación  del porqué creer, la fe se enfrenta al avance de la tecnología y la ciencia creando mayor  dependencia en las explicaciones racionales y materialistas del mundo. Además, el pensamiento crítico y el escepticismo se hacen más evidentes debido a una educación más globalizada. La diversidad cultural ha expuesto a las personas a una variedad de  creencias y filosofías, fomentando una visión más pluralista y menos centrada en una  sola fe. 

En Hechos 2:14, a través del ejemplo de Pedro encontramos cuatro claves para  superar los desafíos que el predicador enfrenta en la actualidad. 

“Pedro, poniéndose en pie con los once”, la primera clave es la unidad. Al  presentarse juntos, Pedro y los once mostraron que el mensaje que estaban a punto de  compartir no pertenecía a una sola persona, sino que representaba el consenso y la  autoridad colectiva de los discípulos, quienes serían luego los líderes de la iglesia. Se ve  simbolizada en este acto, la unidad y la consistencia del grupo de apóstoles.  

Al igual que Pedro, los predicadores modernos deben buscar el apoyo y la unión con su fraternidad. Presentarse con el respaldo de otros líderes no solo fortalece el  mensaje, sino que también muestra una imagen de un vínculo legítimo que puede inspirar  confianza y respeto en la audiencia. 

Además, esta escena resalta la importancia del liderazgo en equipo. Mientras  Pedro asumía un rol visible, lo hacía con el respaldo y la unidad de los otros apóstoles, lo  cual es un recordatorio de que la predicación efectiva a menudo se basa en el esfuerzo  conjunto y la colaboración. Para los predicadores contemporáneos, esto significa que  trabajar en equipo y buscar la guía colectiva puede enriquecer sus mensajes y fortalecer  su ministerio 

“Alzó la voz y les habló diciendo”, la segunda clave es mostrar confianza. Un  volumen de voz firme y claro logra proyectar seguridad y liderazgo, lo cual puede hacer  que la audiencia tenga más confianza en lo que dices. 

Alzar la voz al dar un discurso sirve para enfatizar puntos clave y transmitir  emociones fuertes como la pasión o el entusiasmo. Esto ayuda a captar la atención de la congregación y a destacar las partes más importantes del mensaje, asegurando que no  pasen desapercibidas y que la prédica sea más convincente y envolvente. Cambiar el  volumen de la voz puede mantener la atención de los hermanos, evitando que el discurso  se vuelva monótono y aburrido.

“Varones judíos y todos los que habitáis en Jerusalén”, la tercera clave es conocer  la congregación. Pedro basó su mensaje en las profecías del Antiguo Testamento,  especialmente citando al profeta Joel y los Salmos, para conectar con su audiencia judía y  mostrar el cumplimiento de las Escrituras en Jesús. 

Es fundamental que un predicador conozca las necesidades de su comunidad para que su mensaje sea más efectivo y significativo. Entender los desafíos,  preocupaciones y deseos de la fraternidad permite al predicador adaptar su sermón de  manera que conecte personalmente con los oyentes. Este conocimiento proporciona la  oportunidad de ofrecer respuestas y soluciones prácticas desde una perspectiva  espiritual, haciendo que el mensaje no solo sea relevante, sino también aplicable a las  situaciones diarias de las personas. 

Además, al mostrar empatía y comprensión hacia los creyentes, el predicador  puede establecer una conexión más profunda y genuina. Esto fomenta un ambiente de  confianza y apertura, donde las personas se sienten escuchadas y valoradas. Un  predicador que se preocupa por las necesidades de su congregación no solo enriquece  su mensaje con relevancia y compasión, sino que también fortalece la comunidad y nutre  el crecimiento espiritual colectivo 

“Esto os sea notorio, y oíd mis palabras”, la cuarta clave es establecer autoridad y  credibilidad. Pedro comienza su discurso con esta exhortación para asegurarse de que  todos los presentes presten atención a lo que va a decir. Es una forma de preparar a la  gente para el mensaje importante que va a comunicar, afirma su posición como vocero  autorizado para explicar los acontecimientos que acaban de presenciar, es decir, el  derramamiento del Espíritu Santo y el hablar en lenguas. 

La enseñanza de Pedro es sumamente relevante para los predicadores actuales,  su llamado a la atención es un recordatorio de la importancia de captar la atención de la  iglesia desde el inicio del sermón. Un predicador debe comenzar con una introducción  que despierte el interés y prepare a la congregación para el mensaje que va a compartir.  Esto puede lograrse mediante una declaración impactante, una pregunta provocadora o  una historia notable que conecte con los oyentes. 

Pedro se apoyó en su conocimiento de las Escrituras y su testimonio personal para  ganar la confianza de quienes le estaban escuchando. Los predicadores de hoy deben  hacer lo mismo: basar su mensaje en una sólida comprensión bíblica y teológica, también en experiencias personales genuinas que demuestren la aplicación práctica de su  enseñanza. Asimismo, la claridad y la convicción con la que se presenta el mensaje son  cruciales para asegurar que la congregación entienda y valore lo que se está  comunicando. 

Cada día los desafíos para el predicador seguirán incrementándose, ya que  vivimos en una sociedad que sufre cambios abruptos y constantes, aunque la necesidad  de cada persona es la misma, un profundo vacío y un hambre interno que solo puede ser  saciado por el amor de Dios, la gracia de Jesús y una comunión con el Espíritu Santo. 

Tenemos un mensaje poderoso que transmitir, trabajemos en unidad, confiemos  en nuestras capacidades dadas por Dios, seamos empáticos con nuestra gente y con  autoridad, aferrados a la Palabra, haremos que nuestra predicación sea efectiva.

 

“La singularización”

Gordon D. Fee y Douglas Stuart en su libro “la lectura eficaz de la Biblia” dice: que debemos evitar la “singularidad”. La singularidad consiste en querer descubrir lo que nunca nadie descubrió, con fines o intereses personales. En el afán de tener una interpretación distinta y única  por la cual el auditorio quede absorto y diga: ¡cuánto sabe!

La palabra de Dios es profunda y merece un análisis esmerado, no se trata de cuartar la importancia de exegetizar los textos bíblicos pero cuando esa investigación no procede del buen espíritu, estamos ante un peligro latente. En una oportunidad predicó en mi iglesia un hermano cuyo mensaje fue referente a la oración. En un momento dado criticó la costumbre de decir: “como tu dijiste Señor” o cuando se menciona: “Señor como dice en tu palabra”, según este predicador  es innecesario mencionar textos bíblicos cuando oramos, porque Dios sabe lo que Él dijo, entonces, por qué nosotros tenemos que estar recordándole a Dios sus propias palabras. 

Se veía claramente en la actitud del predicador el deseo de mostrar a la congregación que toda la vida habíamos orado mal.  Pero ahora llegaba él con su mensaje innovador  y nos enseñaría a orar como corresponde. Inmediatamente vino a mi mente la oración que hicieron los  primeros cristianos en Hechos de los apóstoles 4:23-25 “Y ellos, habiéndolo oído, alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay; que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas?…”. Hasta la misma Biblia muestra modelos donde se hace mención que al orar se citan las propias palabras de Dios. Por otra parte mientras escuchaba este sermón pensaba cómo se sentirían todas aquellas hermanas que estaban ese día en la congregación con el ministerio de la intercesión y años de oración y que según este predicador toda la vida habían orado mal.

Las personas que no tienen un conocimiento bíblico y nos escuchan desde nuestros púlpitos fácilmente se dejaran guiar por interpretaciones fantasiosas, el gran problema es que este tipo de predicación pone en boca de Dios cosas que Dios no dijo y estamos frente a un grave peligro. Por más rimbombante que suene la enseñanza que estamos dando si lo que decimos no estuvo en el corazón y la intencionalidad de Dios, de nada sirve.

Un ejemplo práctico de interpretaciones fantasiosas podría ser el siguiente: nos hemos preguntado por muchos años qué pasará con las mujeres embarazadas cuando el Señor venga. He escuchado diversas interpretaciones en base a Mateo 24:19 que dice: “Mas ¡ay de las que estén encintas!”…  un teólogo hablaba que cuando Cristo venga el espíritu del bebé se irá con el Señor, pero sus cuerpitos morirían en los vientres de sus madres, se generarían grandes  gangrenas y los médicos no darían abasto para sacar esos bebes en estado de putrefacción. Cualquier oyente ante una interpretación de esta naturaleza quedaría perplejo. 

Otra interpretación que escuché de este pasaje es que los bebes no morirían, sino que desaparecerían automáticamente de las panzas de sus madres. Ellas desoladas y tristes por no tener a sus bebés y los centros asistenciales colapsarían por la cantidad de ecografías.  Otra postura es que debido al impacto de su venida y el sonar de las trompetas, las mujeres embarazadas tendrían contracciones, los bebes nacerían de golpe y se irían al cielo, lo que no explica esta teoría es qué pasará con el cordón umbilical. 

Y hay quienes sencillamente piensan que las mujeres cristianas se irán al cielo con él bebe  y las no cristianas se quedaran sin que pase absolutamente nada. 

Tal vez después de esta exposición de las distintas posturas alguien se está preguntando ¿qué va a pasar entonces con las mujeres embarazadas cuando Cristo venga?, seguramente quien está escribiendo esta nota tiene la respuesta, lamento decir que mi respuesta este interrogante es: ¡no sé! , quizás pueda jerarquizar una u otra postura pero no puedo asegurar ninguna en base a una interpretación de algo que la Biblia no dice. 

Dios para mantenernos humildes no nos ha revelado todas las cosas, quien encuentra una respuesta para todo, miente. Es característico del sabio decir frente a muchos temas: “desconozco o no sé”. La humildad en el campo hermenéutico consiste en saber y conocer nuestras limitaciones, un claro ejemplo lo encontramos en el apóstol Pablo cuando escribe la epístola a los Romanos,  más precisamente en los capítulos 9,10 y 11, donde dedica estos tres capítulos para explicarles a los oyentes el misterio de la salvación, luego de toda su exposición el apóstol Pablo a pesar de haber dado una excelente explicación,  se permite el lugar a la duda de todo su conocimiento y termina diciendo en el capítulo  11: 33: “!Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! 34 Porque ¿quién entendió la mente del Señor?” Hasta el mismo Pablo reconoce que aunque haya tratado de explicar este hecho no lo sabe todo.

Otro aspecto a tener en cuenta para no caer en la singularización es el consenso, doctrinarios, teólogos y estudiosos de la Palabra han marcado un camino y debemos considerarlos. Dios puede darnos luz respecto a un texto bíblico sin que necesariamente se contradiga con la opinión de tantos que han investigado con anterioridad. Toda interpretación tiene una importante carga de subjetividad, no obstante contamos con el auxilio del Espíritu Santo que unifica los criterios. Se dice que para poder interpretar una determinada obra literaria, leyes o una pieza de arte se debe identificar el espíritu del autor o creador, nosotros contamos con el espíritu de quien escribió las Sagradas Escrituras. 

La hermenéutica nos proporciona recursos para lograr la correcta interpretación de un texto, es un mundo interesante de abordar, no es un fin en sí mismo, pero es un excelente medio para descubrir la voz de Dios. Voz que trasciende las culturas y los tiempos “porque la hierba se seca, la flor se cae,  pero la palabra del Señor permanece para siempre. Isaías 40:8. 

Dr. Ernesto O. Nanni.

Director Nacional de IETE

 

Teología infantil

No se trata de las experiencias sino de las creencias

Edgardo Muñoz

Daniel 6.23 concluye en que el profeta salió ileso del foso de los leones debido a su confianza. Salió de aquel oscuro lugar sin raspón alguno mientras que sus acusadores cayeron para no levantarse más. El mismo foso, los mismos leones, pero distintos protagonistas. ¿Qué hace que de dos personas que enfrentan la misma pérdida, trauma o vivencia, una termine más aferrada al Señor y la otra se aparte del camino? La misma razón que marcó la diferencia entre Daniel y sus enemigos.

Cuando oímos la historia de alguien que abandona la fe, brota de nuestros labios la típica pregunta acerca de lo que le ocurrió para llegar a semejante determinación. Sin embargo, formulamos un interrogante inadecuado ya que, seguramente el apóstata experimentó lo que cualquier otra persona en el mundo debe enfrentar en la vida. No se trata de lo que se vivió, sino del significado que lo enfrentado tuvo para cada individuo, y esto a su vez, como consecuencia de lo que el damnificado creía en el momento de la experiencia.

El Dr. Daniel López Rosetti repite hasta el cansancio en sus libros que: “No se trata de lo que pasa, sino de lo que uno cree que pasa”. Esta gran verdad se alía a lo que Daniel propone en su capítulo 6. La confianza de Daniel lo mantuvo ileso en aquel foso. La palabra griega: “pistis”, se traduce como creer, tener fe, confiar y hasta ser fiel. Se podría describir la fe como una sucesión de consecuencias: Si no creemos no podemos confiar… y si no confiamos no podemos ser fieles.

De esta manera afirmamos que las experiencias desagradables de la vida poseen el mismo potencial, tanto para acercarnos al Señor como para alejarnos, todo depende de lo que creíamos cuando nos pasó lo que nos pasó.

Hebreos 11, enseña tres categorías de héroes o testigos de la fe. En primer lugar aquellos que cerraron bocas de leones, detuvieron ejércitos y apagaron fuegos impetuosos. Luego los que murieron sin recibir lo prometido para obtener la recompensa junto a nosotros. Este caso es el semejante al juego de la posta en el que un atleta corre con el testimonio en su mano, pero no le es permitido llegar a la meta porque debe pasar el legado a otro jugador, y así sucesivamente hasta que el último atraviesa la valla. Sin embargo todos los del equipo ganan a la vez el mismo premio aunque los participantes se quedan en medio de la pista y uno solo llega a la meta. 

Por último hallamos a los que, debido a la fe enfrentaron la pérdida de sus bienes, sus seres queridos, su vivienda y hasta su lugar en la sociedad al punto de vestir precariamente y experimentar las inclemencias climáticas. También les tocó morir por la fe.

En todos los casos nos percatamos que la fe no es una suerte de “créelo o confiésalo y lo tendrás”, sino la confianza ciega en el Señor aunque las cosas vayan aparentemente mal. Para decirlo en los términos de Daniel, nuestra confianza en el Señor nos permite tener una correcta y dimensionada percepción de lo que nos ocurre y a su vez nos ubica en las adecuadas expectativas que podemos desarrollar acerca del Señor.

Las malas creencias producen falsas expectativas, y las falsas expectativas exponen a la decepción… Y un cristiano decepcionado se halla herido de muerte. Por eso es necesario creer adecuadamente, es decir tener una fe genuina. Aquellos que en el presente manifiestan tibieza o resentimiento por algún desencanto, son los lesionados del alma, que no supieron confiar, sino que basaron su relación con Dios en base a un trato transaccional, donde el Señor siempre brindaba algún beneficio tangible.

En cambio, los que aprenden a creer y confiar de acuerdo a los parámetros bíblicos salen de los momentos difíciles sin lesión alguna del alma sino, más bien con una fe más desarrollada. Quizás a esto se refería Pablo cuando escribió de la fe no fingida (genuina o sin hipocresía en griego) que Timoteo tenía. Tal vez por ello Timoteo conservó la fe desde la niñez. Esta fe se basaba en las Escrituras que tempranamente había aprendido. Timoteo había desarrollado una correcta teología basada en las Escrituras, la cual lo mantuvo firme a través de los años, en medio de diversas pruebas y golpes de la vida. Timoteo no tenía una fe basada en los meros resultados esperados, sino que basaba su fe en el Dios de los resultados, más allá de que fueran agradables o desagradables, deseados o indeseados. Pero para desarrollar esta fe, que se halla en una esfera superior, necesitamos conocer mejor al Señor. Luego, para conocer mejor al Señor necesitamos estar más en contacto con las Escrituras. Por algo Pablo en la carta a los Romanos dice: que “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”.

En consecuencia, podemos afirmar que la enseñanza de una teología adecuada, por ser bíblica, contribuye a que el creyente desarrolle una fe a toda prueba, la cual le permite perseverar.

Pero esta teología, al igual que en el caso de Timoteo, debe llegar tempranamente al creyente. La niñez es el momento clave para tallar la debida fe. Cuando se instruye al niño en su camino, de mayor perseverará. Sin embargo, la palabra teología parece tener poca afinidad con la infancia. ¿Será realmente lo que parece?

La teología no es un invento divino. Dios nos dejó su Palabra eterna, infalible e inmutable. Nunca nos tiró del cielo un libro catequístico. La definición técnica de teología es: “La ciencia que estudia a Dios y su relación con el universo”. Como toda ciencia, la teología es un recurso puramente humano. Cada grupo religioso posee su propia teología. Es más, también se halla la teología natural que consiste en constatar la evidencia de Dios a través de su naturaleza creada. Obviamente, esta teología es muy básica y toda elaboración excesiva de la misma nos llevaría a lo subjetivo y especulativo. Por esta razón, la teología debe tener una fuente confiable de la que extraiga su conjunto de enunciados.

La fuente de nuestra teología es la Biblia misma, la única regla infalible de fe y conducta. Así es que llamamos a nuestra teología: Teología Bíblica. De nuestra teología bíblica se desprende la teología sistemática, más elaborada aún que la anterior. Como sea, la teología es de elaboración humana mientras que la Biblia es creación de Dios. Asimismo la teología sufre variaciones en la medida que la arqueología y la lingüística arrojan mayor luz sobre la interpretación del texto bíblico. En consecuencia, la teología es perfectible mientras que la Palabra de Dios es perfecta.

¿Cómo se hace teología? La manera más sencilla consiste en crear un temario teológico que incluya a Dios mismo, cada una de las personas de la Deidad, el pecado, la salvación, la expiación, el hombre, los ángeles, los demonios, la iglesia, los tiempos finales, el reino y otros temas más. Una vez generado el temario se desarrolla cada tema en la medida que se va leyendo la Biblia. Cuando se repite la lectura de las Escrituras, lo leído últimamente arroja mayor luz sobre lo que se relee. De esta manera se añaden más verdades a cada tema. Podemos deducir, de acuerdo con este procedimiento que todo lector aplicado de la Biblia va desarrollando su teología.

En vistas de lo expresado, los niños tienen la capacidad de desarrollar su teología en la medida que se les exponen las Escrituras. Cada historia, cada concepto, cada acción de Dios dibuja una imagen en el pequeño que lo lleva a decir: “yo sé que Dios es así”.

En una época en la que los niños nos enseñan a utilizar correctamente la tecnología, deberíamos esforzarnos por enseñarles correctamente la Revelación Sobrenatural de Dios, que es su Palabra. Poco a poco dibujaremos en las mentes y corazones de los pequeños una imagen adecuada del Señor que los llevará a decir algún día: “Yo sé que Dios es así”. De haber cumplido satisfactoriamente con nuestra tarea tendremos la alegría de haberlos encaminado en una fe legítima, basada en la Biblia, que los mantendrá firmes, sea cual fuere la circunstancia que les toque vivir