Por: JAVIER ARRIBAS
Jul, 2025

Por: JAVIER ARRIBAS
Nuestro rol en medio de una sociedad perdida en la sobreinformación espiritual.
Por:Adriana Ocampo
La cotidianidad nos encuentra inmersos en una realidad distinta a la de hace unas décadas. Hoy día la gente que viene a nuestras congregaciones, y aquellos a los cuales queremos alcanzar, están sobreinformados. Esto ha ocasionado que las personas se pierdan en la oscuridad de creer que pueden saberlo todo a un click de distancia, incluso el evangelio.
Por otro lado, las redes sociales son caldo de cultivo para las falsas doctrinas y los pseudo predicadores de la Palabra de Dios. Es imperativo que nos preparemos para dar batalla. Estamos frente a un tiempo de gran “oscurantismo bíblico”. Hoy día hay gente que prefiere palabras de éxito o afirmación personal antes que escuchar el mensaje completo de la Palabra de Dios.
La sociedad actual va tras los influencers de turno. Vivimos una época en la que todo debe ser rápido, y de utilidad a nivel personal sobre todas las cosas. Se observa gran consumismo, hedonismo, antropocentrismo…y esto atraviesa la realidad de nuestras congregaciones semana a semana.
Estamos frente a una época de “Evangelio a la carta”. La gente busca saciarse a sí misma sin dejarse pastorear. Las redes sociales son el espacio para deambular a gusto buscando un “mensaje que valga la pena” y sacie ya y ahora todas las demandas personales.
¡Pero esta época es también una oportunidad! Porque es innegable la búsqueda de Dios que la humanidad sigue evidenciando. Por eso nuestro rol es tan necesario; la Palabra de Dios sigue siendo la respuesta.
Hoy día es urgente una vuelta a lo fundamental. En medio de tanta sobreinformación, nuestras congregaciones tienen que ir desarrollándose sobre las verdades bíblicas y transformadoras de forma persistente e intencional.
Ese es nuestro rol. Los que enseñamos y predicamos necesitamos leer, estudiar, vivir y transmitir de forma precisa los principios espirituales que la Palabra de Dios tiene para esta generación.
Lo que el Apóstol Pablo le aconsejó a Timoteo, sigue vigente para nosotros hoy. En su segunda carta (en lo que conocemos como capítulos 3 y 4), Pablo primeramente define a los hombres “de los postreros tiempos”. Bien podría ser la definición de la sociedad actual (te invito a leer todo el capítulo 3). Luego, reconoce que Timoteo aprendió bien, “Pero tú has seguido mi doctrina” (3:10).
Y para concluir el apóstol alienta a Timoteo a cumplir con su rol en medio de la comunidad. Ese “pero tú” marca la posición de contraste que debía manifestar. Es también la tarea que tenemos por delante en medio de una generación apurada, sobreinformada, que se deja influenciar por las falsas doctrinas y los falsos maestros y predicadores.
Veamos:
-Pero persiste tú en lo que has aprendido (3:14)
Necesitamos persistir como nunca en las verdades expresadas en la Palabra sin abandonar un ápice la doctrina de Cristo. Persistir sin negociar con el consumismo imperante.
Persistir cada reunión predicando la verdad del evangelio que exhorta, edifica, alienta, confronta el pecado, sana el corazón y cambia el destino eterno.
Necesitamos persistir en medio de la inundación de falsas enseñanzas que la gente consume en la red. Con amor y misericordia verlas como necesitadas de Dios, en búsqueda espiritual. Veamoslas como Cristo lo haría (Mateo 9:36).
-Pero tú sé sobrio en todo…cumple tu ministerio 4: 1-5
Somos modelos. En medio de esta generación en la que algunos “venden” un evangelio diferente (Gálatas 1:6) podemos y debemos mantenernos firmes como hijos de Dios en todo. Hay crisis de modelos (por la sobreinformación), esto puede ser una gran oportunidad… nuestras vidas fundamentadas en la Palabra como reflejo del amor de Dios para las personas.
Y necesitamos cumplir nuestro ministerio; tenemos una tarea por delante. Dar alimento sólido para que los que tienen “comezón de oír” (2 Timoteo 4:3) vayan a la cruz para ser transformados por la Palabra de Dios.
Cumplir nuestro ministerio significa seguir predicando la Palabra que es como una espada que atraviesa hasta lo más profundo (Hebreos 4:12) sin medias tintas, sin alardes, sin adornos. Una palabra pura, sin licuar con artilugios que agraden a los oídos sino que atraviesen el corazón en amor.
Sí, la Palabra de Dios sigue siendo relevante para esta época. Las verdades bíblicas no tienen fecha de vencimiento y esta generación está hambrienta y sedienta. En medio de la sobreinformación espiritual, podemos levantarnos para predicar la verdad del evangelio sabiendo que la obra del Espíritu Santo hará el resto. Tenemos la respuesta, hagámosla oír.
Pero hoy no pondremos el acento en ninguna de estas cuestiones que seguirán estando hasta la eternidad. Y nos detenemos allí, en ese oasis de paz que es inigualable. Nadie que se considere cristiano puede dejar de contemplar, admirar y agradecer por la doctrina del perdón de los pecados. Es la máxima expresión de misericordia. Es la gracia divina en acción directa con el hombre.
Todo el material veterotestamentario nos incita a pensar en justicia, en castigo, en la imagen de un Dios que en la búsqueda de la santidad del hombre destruye, sin perdonar, todo lo que se le cruza. Sin embargo, encontramos Palabra que reconforta y da esperanza. El profeta Isaías plasma las palabras del Redentor de su pueblo diciendo “yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mi mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Isaías 43.25). El mismo profeta había descripto el perdón como una mutación de colores, desde el tiempo de sangre de sacrificio al blanco de la nieve, o el blanco de la lana. “Venid, luego, dice Jehová, y estemos a cuenta, si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos, si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1.18).
Tener la certeza del perdón de los pecados trae una seguridad existencial inigualable. El perdón de los pecados nos reconcilia con Dios y encontramos la paz con Él. Por eso alguien, con razón, dijo: “Tener la plena seguridad de que todos mis pecados han sido perdonados es el único fundamento de la verdadera felicidad”.
El sentimiento de culpa es nocivo para el alma. Produce una angustia moral que causa el peso del pecado. Por más que mis pecados han sido llevados por el Señor Jesucristo, si todavía los llevo sobre mi conciencia, de ninguna manera puedo ser feliz. Es un paso forzoso el entender plenamente que mis pecados pasados, presentes y futuros han sido y serán perdonados. Leemos en la Palabra de Dios: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado” (Salmo 32.1).
El perdón de los pecados es un remedio divino. Provisión divina frente a la desobediencia del hombre. Tenemos un Dios que comprende mejor que nadie la naturaleza humana, sabe acerca de la pugna constante entre el viejo y el nuevo hombre. La guerra despiadada entre la carne y el espíritu en palabra paulinas. Es fundamental comprender el fundamento del perdón. La base es la expiación. Es una realidad que tenemos un Dios justo, es verdad que somos pecadores.
Es verdad que hay juicio y condenación eterna, pero en la expiación de nuestro Señor Jesucristo encontramos al pecado condenado, al pecador justificado, la justicia satisfecha, el adversario confundido, y el hombre en paz con Dios.
La muerte de Cristo termina el proceso y resuelve el dilema de los siglos. Este es el fundamento inquebrantable del perdón de los pecados.
Dice la Biblia en 1 de Juan 1.9: “Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”. Llama poderosamente la atención que diga “fiel y justo” y no Dios es bueno y misericordioso, lleno de toda gracia. Pero antecede al perdón y la limpieza dos atributos divinos sin los cuales no hubiese sido posible.
La fidelidad, Dios lo prometió, fue una promesa suya frente a la imposibilidad de lograr el hombre por sus medios la salvación. Si el Señor no perdonaba en vano sería todo esfuerzo. Y el segundo atributo, “justicia”; Él es justo, la base del perdón de los pecados es su sacrificio. El pagó el precio. “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus llagas fuimos nosotros curados, todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino, más Jehová cargó en él, el pecado de todos nosotros” (Isaías 53.5, 6).
Heinrich Heine, poeta alemán, dijo “Dios me perdonará parce que c’est son metier”. Es como decir, Dios tiene la obligación de perdonarme porque es su oficio. Es su labor y su naturaleza. No merecíamos el perdón de Dios, fue por gracia y por amor. Amor y perdón un dualismo perfecto en el cual se ve reflejado el interés de Dios por su creación, o por su máxima creación: el hombre.
Creemos en el perdón de los pecados. Y es un motivo de felicidad sobrenatural. Ese estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien que llena de dicha y de paz. Es tener una relación con Dios, sin culpa.
De ninguna manera el perdón de Dios es una ocasión para abusar de su misericordia. Es un incentivo constante para vivir en eterna gratitud y reverencia al Dios y Padre que nos amó desde antes de la fundación del mundo y a su Hijo Jesucristo, quien dio su vida por nosotros.
Recuperado: https://www.cordialmentepxg.com/2013/12/23/creo-en-el-perdon-de-los-pecados-i/
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