LA IGLESIA Y SU ROL FRENTE A LA VIOLENCIA HACIA LAS MUJERES

Por Virginia A. de Contreras

            La violencia de género es una epidemia mundial que afecta a mujeres y niñas de todos los estratos socioeconómicos, edades, religiones, culturas y etnias. Algunas de ellas, sin embargo, son particularmente vulnerables a los abusos. La frase “mujeres en situación de riesgo” o “mujeres en riesgo”, se utiliza para describir a las que son más susceptibles a la explotación y a la violencia, como son las que viven en la pobreza y las menores de 18 años. Esta clase de violencia es un patrón de conductas coercitivas y agresivas, que incluyen ataques físicos, sexuales y psicológicos, así como la coerción económica que los hombres utilizan contra su pareja.

 

La violencia de pareja íntima, afecta a una de cada cuatro mujeres. Según Domestic  Violence Statistics, los datos de diez países muestran que entre el 55 %  y el 95 % de las mujeres que han sido abusadas físicamente por su pareja, no han contactado a nadie para pedir ayuda, ni han denunciado el abuso.

Al respecto, leímos en las noticias locales que “un femicidio fue cometido en Argentina cada 32 horas a lo largo del 2018, de acuerdo al último informe de La Casa del Encuentro, presentado este jueves en la Cámara de Diputados de la Nación. Es decir que, en el 2018, hubo 241 víctimas en Argentina. Lo que implica que 156 chicos se quedaron sin su mamá.”

Este tipo de violencia tiene un impacto profundo en los niños y niñas que son testigo de ella. Por ejemplo, nos encontramos con menores que pueden manifestar problemas de salud (trastornos alimenticios, trastornos de sueños, etc.), de comportamiento, dificultades de aprendizaje y aún tendencias suicidas. Una noticia publicada en estos días tiene por título: Hijos de la violencia de género, víctimas invisibles y sin contención. En la misma su autor manifiesta que “pese a que la mayoría sufre tanto o más que sus mamás, casi no existen políticas que los tengan en cuenta y son contados los espacios que se ocupan de ellos”.

¿Qué pueden hacer las personas y comunidades de fe al respecto?

Se estima que alrededor del 40 % de las mujeres maltratadas buscan ayuda de un ministro religioso. Esto coloca a los líderes religiosos en una posición delicada, ya que ellos necesitan estar entrenados en cómo reaccionar ante esta información, y cómo recomendar a estas mujeres que tomen contacto con diferentes servicios que el Estado y entidades especiales tienen para intervenir en casos así. Es que la problemática de violencia doméstica y de género es transversal y multidisciplinaria, no solo por cuestiones legales, sino también sociales y espirituales. Por esta razón, es necesaria la capacitación de los ministros religiosos en esta temática, y al mismo tiempo realizar un trabajo asociado, colaborativo y en red con otras instituciones que aportan recursos y tienen protocolos de actuación para beneficio y protección de la víctima.

 

¿Estamos listos para brindar ayuda en nuestras comunidades de fe? La necesidad de un autoexamen

Una encuesta reciente de LifeWay Research entre pastores protestantes en los EEUU, mostró que la mayoría de ellos conocen víctimas de violencia doméstica y de género en sus propias congregaciones, pero rara vez hablan de esto desde el púlpito. La misma encuesta puso en evidencia que menos de la mitad de los pastores han sido entrenados en cómo ayudar a estas víctimas. Este es un tema que la iglesia no puede ignorar. No podemos permanecer en silencio cuando muchos en nuestras comunidades viven bajo la amenaza de la violencia doméstica en sus hogares. La iglesia tiene que ser parte de la solución. Lamentablemente algunas de las víctimas de violencia de género que llegan a las iglesias en tiempos de necesidad reciben, algunas veces, como respuesta, culpa, incredulidad, preguntas sospechosas, malos consejos, o una teología superficial en lugar de cuidado, compasión y ayuda práctica. Es más, hay hombres que usan la Biblia como una herramienta para justificar el abuso. Muchas mujeres a menudo se abren para contar a sus líderes religiosos, en lugar de denunciar a la policía acerca de la violencia que están sufriendo por parte de sus parejas, y encuentran como respuesta, incorrectas interpretaciones bíblicas que contribuyen negativamente más que ayudar en esta problemática.

Chuck Colson, en Violencia doméstica dentro de la iglesia: la repugnante verdad escribe al respecto: “Una mujer a la que llamaré “Marleen” fue a pedir ayuda a su pastor. “Mi esposo me está abusando”, le dijo ella. “La semana pasada me derribó y me dio una patada. Me rompió una de mis costillas”. El pastor de Marleen mostró empatía. Oró con Marleen, y luego la envió a casa. “Intenta ser más sumisa”, aconsejó. “Después de todo, tu esposo es tu cabeza espiritual”. Dos semanas después, Marleen estaba muerta, asesinada por un marido abusivo. Su iglesia no podía creerlo. El marido de Marleen era un maestro de escuela dominical y un diácono. ¿Cómo pudo haber hecho tal cosa?”

Al respecto Lorettta Pyles, en su artículo “The Complexities of the Religious Response to Domestic Violence: Implications for Faith-Based Initiatives (“Las Complejidades de la Respuesta Religiosa a la Violencia Doméstica: Implicaciones para las Iniciativas Basadas en la Fe”), señala que esto es un problema porque “la religión es, paradójicamente, una fuente de asistencia y una barrera para las mujeres que sobreviven a la violencia doméstica”. Por lo tanto, lo que las víctimas necesitan de la iglesia es una defensa práctica, pero por sobretodo una respuesta bíblico-teológica acertada.

Específicamente y reflexionando en el caso de Marleen necesitamos afirmar en nuestra consejería bíblica que conforme a Efesios 5:25-32 un marido abusivo está desobedeciendo a Cristo, ya que expresamente manda que los esposos “amen a sus esposas como a sus propios cuerpos. El que ama a su esposa, se ama a sí mismo. Porque nadie odió su propia carne, sino que la nutre y la cuida”. Es decir, el marido tiene la vocación de amar a su esposa como Cristo ama a la iglesia, protegiéndola y ejerciendo un liderazgo de servicio por ella y sus hijos. La posición que se le da a él no es para la manipulación, el abuso, la violencia, el control y la destrucción, sino que es para la edificación y florecimiento de la esposa y familia.

Asimismo, el texto indica que como la iglesia se sujeta a Cristo, así la esposa lo hace. Ella le debe respeto a su esposo como a su igual, ya que ambos han sido hechos a la imagen de Dios. Sin embargo, sumisión no significa anular la mente y soportar golpizas. Marleen como esposa maltratada necesitaba de un pastor, y aún otros hombres de la iglesia, que confrontaran a su esposo con su pecado y una iglesia que la protegiera y asistiera concretamente frente a este esposo abusivo, que la acompañara en el proceso de informar a las autoridades correspondientes y que colaborara, junto a otros agentes de la comunidad, en su proceso de sanidad integral.

¿Qué puede hacer la iglesia por las mujeres en riesgo?  

Vemos entonces que es una necesidad en este tiempo tener un programa de entrenamiento para los líderes de la iglesia, porque muchos de ellos no tienen educación sobre los problemas asociados con la violencia de pareja. A menudo no son conscientes de las diferentes formas que puede tomar la violencia y, por lo tanto, pueden aconsejar a estas mujeres en la dirección equivocada. Llevar capacitación al liderazgo eclesiástico y a la iglesia sobre la violencia de pareja íntima, aumentará la conciencia sobre estas problemáticas y promoverá la idea de que no debe aceptarse. Para hacer posible que los líderes de nuestras iglesias mencionen estos temas en su congregación y rompan los muchos tabúes, prejuicios y falsos fundamentos de la violencia de pareja, primero ellos deben tener conocimientos sobre el tema. Por lo tanto a continuación detallamos algunos consejos pastorales del doctor Martin L. Grant (autor del libro Counseling for Family Violence and Abuse) para considerar al encontrarnos con mujeres víctimas de violencia:

  • Dios llama a su pueblo a resistir a aquellos que utilizan su poder para oprimir y dañar a otros. No seamos indiferentes (Jeremías 22:3, Proverbios 31:8).
  • Creer a las mujeres, no culparlas. La investigación ha demostrado que creerles y escucharlas, son ingredientes cruciales para la sanidad.
  • Ofrecer apoyo espiritual y emocional que debe ser acompañado por acciones concretas. Para esto es necesario un trabajo multidisciplinario, colaborativo y en red.
  • Obtener entrenamiento, información y consejería profesional sobre los efectos de la violencia doméstica y de género.
  • Tratar el tema en la Escuela Bíblica y en grupos de discipulado, orando al respecto en la oración corporativa, y trabajar hacia la prevención de toda forma de abuso en conjunto con la comunidad y las organizaciones nacionales.

 

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